CATALUÑA: DEMOCRACIA Y DIÁLOGO.
Por Manuel Calvo Jiménez
Doctor en Filosofía
Yo, como
Sócrates, considero que el ser humano es bueno por naturaleza y que, si yerra y
se equivoca, no es por maldad intrínseca sino por ignorancia y estulticia. Por
ello, querría dedicar este escrito a la tarea de desenmarañar algunos conceptos
que, muy utilizados en los últimos tiempos por unos y otros en los medios de
comunicación, no están en absoluto clarificados produciendo, aun sin querer
(pues todos son buenos en su interior), equívocos de no poca importancia
práctica y con consecuencias, aún hoy, impredecibles para nuestras vidas
cotidianas.
No hay nadie
que pueda, usando la razón adecuadamente, negar que la democracia y el diálogo
son los mecanismos mejores que tenemos para organizar nuestras sociedades y
solucionar nuestros problemas de convivencia. Sin embargo, ¿qué entendemos por
democracia? ¿Es que hay sólo un concepto de democracia? ¿Y por diálogo, qué se
entiende? ¿Puede dialogarse de todo, con todos y bajo cualquier circunstancia?
¿Es siempre justa una decisión democrática, sea lo que sea que se entienda por
“justicia” y por “democracia”?
Como pueden ir
vislumbrando, no es fácil ni está claro cómo responder a estas cuestiones. En
los medios de comunicación se ven y oyen afirmaciones taxativas sobre la
democracia, el diálogo, los pueblos, la justicia, el derecho a decidir…
procedentes de personas que, lejos de ser malvadas, muestran claramente ciertas
lagunas que han de ser puestas al descubierto. Yo, a mis alumnos de
bachillerato, les enseño en la primera lección de Filosofía que las cuestiones
filosóficas no pueden ser respondidas sin haber analizado antes, como primera y
más elemental tarea, el significado de los conceptos que constituyen dicha
pregunta. Si preguntamos “¿es justa la democracia?”, antes de responder o,
incluso, de leer las aportaciones de otros pensadores, deberemos clarificar en
qué sentido estamos utilizando los conceptos de “justicia” y de “democracia”.
O, también, si cuestionamos “¿tienen los pueblos derecho a decidir?”, deberemos
clarificar qué es un “pueblo” y qué puede un pueblo decidir por sí mismo. Y así
deberemos proceder con cualquier interrogante si queremos emitir un juicio
racional y válido y no evidenciar nuestra ignorancia con opiniones infundadas
que, lejos de ser inocuas, pueden meternos en atolladeros muy complicados.
Sin embargo,
también coincido con los Sofistas cuando afirmaban que, en el ámbito de lo
humano, todo es relativo, todo es convencional y fruto del acuerdo entre los
hombres. Qué signifique “democracia” o “justicia” no está escrito en ningún
lugar del universo o grabado en piedra por los dioses, sino que es una
convención, o mejor, invención humana que, a su vez, va adoptando distintos
significados con el paso del tiempo. No era lo mismo una democracia de las
primeras, aquellas establecidas en las polis griegas, que las democracias
actuales de occidente. Aun así, debemos establecer qué entendemos nosotros por
cada uno de esos conceptos para poder saber a qué nos referimos cuando
hablamos, cuando emitimos juicios. Yo puedo estar en contra de la democracia en
su acepción griega clásica (pues dejaba, por ejemplo, fuera del “pueblo” a las
mujeres y aceptaba la existencia de esclavos sin derechos civiles…), pero puedo
ser un profundo convencido de la bondad de las democracias actuales. Y la
diferencia únicamente estriba en qué concepto estoy utilizando en uno y otro
caso.
Pues bien, es
por este motivo por el que se está produciendo en nuestros días, en el que se
ha dado en llamar el “conflicto catalán” este diálogo de sordos entre los que,
en defensa de la democracia y del pueblo exigen el respeto de la Constitución y
aquellos otros que, defendiendo exactamente lo mismo, exigen respeto por su
democrática decisión de independizarse de España. Y todos piden diálogo, sin
atreverse nadie a negarlo, pero sin ponerse nunca a practicarlo (caso de que
fuese oportuno y justo el hacerlo). El problema, pues, no es político; el
problema (y su solución) es filosófico.
Ya estableció
Hobbes en su Leviatán los peligros
inconmensurables de la libertad de los individuos, esto es, de su libertad
natural. Y es que el ser humano, por naturaleza (esto es, porque su naturaleza
se lo permite) es un ser libre para todo, para cazar y defenderse, para matar y
para desplazarse por el mundo a su antojo. Nada ni nadie tiene un derecho
natural mayor que otro para imponer su voluntad. Todos somos natural y
absolutamente libres. Pero, claro, igual que tú tienes libertad de hacer lo que
desees en cada momento, yo también la tengo. Y, puesto que la naturaleza nos
otorga a ambos la libertad absoluta, si yo, libremente, te agredo o te mato, no
hay ley de ningún tipo ni razón natural alguna que establezca que ese hecho es
injusto. Pues he usado mi libertad natural y legítima, mis actos no pueden ser
juzgados como buenos ni como malos, como injustos ni como justos. Simplemente
la naturaleza es así. Por ello, Hobbes veía la necesidad de crear un Estado
Civil, con normas que obliguen a todos a renunciar a su libertad natural para
conseguir así evitar esa situación natural tan peligrosa y caótica en la que
todo hombre era “un lobo para el hombre” y donde la vida sería “brutal y
corta”. Y Rousseau aportó un elemento fundamental para completar el análisis de
la libertad humana: todo Estado Civil deberá hacer un pacto con cada individuo
de manera que, pese a perder la libertad natural, pueda recibir una nueva
libertad, la libertad civil, que le haga ser tan libre como antes del pacto
social, pero sin los peligros que entrañaba la vida en la naturaleza. Ahora,
con las LEYES del estado, los individuos reciben una nueva libertad aun a
sabiendas de que esta está limitada y ya no es omnipotente e irresponsable como
lo era en el estado de naturaleza. De modo que TODOS, libremente unidos en un
colectivo social, decidimos nuestro futuro: es la VOLUNTAD GENERAL, prototipo
filosófico de toda democracia actual.
¿Pero quiénes
somos esos “TODOS” que podemos decidir libremente nuestro futuro? Por supuesto,
este es un concepto convencional. “Nosotros” los sevillanos, los andaluces, los
españoles, los europeos, los humanos… Nosotros decidimos quienes somos ese
“nosotros” y nos damos las autorizaciones pertinentes para construir ese estado
civil que nos permita ser libres al modo civilizado y nos haga perder esa
peligrosa libertad natural que, sabemos, se traduce en esclavitud y GUERRA de
todos contra todos.
Esos pactos,
muy utópicos en sus comienzos, pero hoy día realizados y bastante bien
conseguidos, ya se hicieron durante la historia y se lograron conformar los
Estados en los que hoy vivimos algunos privilegiados del mundo. Los Estados del
Bienestar, las democracias occidentales que nos permiten, entre otras cosas,
escribir esto que ahora leen, profesar la religión que cada cual quiera, ejercer
nuestros derechos civiles sin miedo a ser víctimas de la libertad natural y
descontrolada de cualesquiera individuos o colectivos. Vivir en democracia es,
desde Rousseau, vivir protegidos por la ley emanada de la Voluntad General,
esto es, de nuestra propia voluntad con unos marcos de libertad de acción muy
amplios que, como el dicho reconoce, acaban donde empiezan los marcos de
libertad de los demás. Pero debemos tener claro que esa libertad civil, esa
democracia y esos derechos obtenidos de nuestro consenso social existen única y
exclusivamente porque hay una ley que los protege. El Derecho es la base de la
coexistencia democrática y únicamente el respeto a la ley emanada de la
Voluntad General puede ser el fundamento de la libertad.
Aplicando esta
reflexión al “problema catalán” en España podemos considerar que “nosotros”
actualmente somos “nosotros los españoles” pues hay un marco legal que,
afortunadamente, nos otorga la capacidad de disfrutar de las libertades civiles
más amplias nunca antes vistas en la historia de la humanidad. Tenemos una ley
general (la Constitución) que hace que perdamos nuestra libertad natural y, a
cambio, nos da una libertad civil de amplísimos contornos.
Sin embargo,
nuestra situación histórico-política actual es más amplia y, en mi opinión,
mejor: pues hemos ampliado ese “nosotros los españoles” a “nosotros los
europeos” de modo que tenemos marcos legales comunes que nos hacen subir en
cotas de libertad, de prosperidad y de justicia (o eso pretendemos que suceda).
Nuestra aspiración personal, la de quien escribe estas líneas, es la de seguir
con las ampliaciones y conseguir un día (quizá sea utópico, lo sé) unificar
bajo una democracia global a toda la humanidad para que así desaparezca por
completo la arbitrariedad que supone que unos cuantos humanos sigan ejerciendo,
con el uso de su fuerza, su libertad natural sobre otros seres humanos
desprotegidos. Se trata de erradicar, bajo una Constitución Mundial, las
dictaduras, los fundamentalismos y los fanatismos que eliminan la libertad
civil de muchos miles de millones de personas actualmente.
Pues bien, si
un grupo, dentro de esta democracia que es España, no importa lo numeroso que
sea (pues no es cuestión de número), decide no respetar las reglas del juego
democrático, en ese caso lo que se produce es una VUELTA AL ESTADO NATURAL. Por
supuesto que la masa popular echada a la calle actúa con libertad, pero NO CON
LIBERTAD CIVIL, sino con LIBERTAD NATURAL. Y la libertad natural es el origen
de la GUERRA, precisamente de la imposición de unas tesis sobre otras por el
puro ejercicio de la fuerza. El acto de no respetar el marco legal que
posibilita la democracia y la libertad civil no es un acto democrático (aunque
lo haga un supuesto “pueblo”) sino un acto de guerra que pone en peligro la
democracia. Por tanto, si hordas populares deciden, fuera de la legalidad
vigente, realizar cualquier acto, en tal caso, lo que se produce es una ruptura
del contrato social que, a su vez, supone una vuelta al estado de naturaleza
que (también lo aclaraba Hobbes) es un estado de completa desconfianza de todos
hacia todos y donde no puede nadie fiarse ni de la palabra ni de los juramentos
ni de los pactos realizados, pues no hay fuerza ni poder (coercitivo y legal)
que obligue a los individuos a respetar la palabra dada. Estando fuera de la
ley, pues, no hay convivencia posible más que la amenaza, la desconfianza y el
uso de la fuerza para imponer las propias convicciones.
¿Cómo puede
pedirse “DIÁLOGO” en una situación de estado de naturaleza? Una vez que unos
individuos (un grupo de ellos) deciden que no hay normas que regulen su
comportamiento más que su propia libertad natural, ya no es posible el diálogo
pues la desconfianza será la tónica en dicho intercambio de palabras y la
fuerza será el único argumento que pueda sellar pacto alguno.
De hecho, el
propio Hobbes aclara que, para llegar a un pacto social, será el miedo a perder
la vida y la fuerza de unos sobre otros lo que facilite la entrada en la
sociedad civil pero a costa de perder toda la libertad y de entrar en un estado
civil con sistema de monarquía absoluta. Y eso, acordarán conmigo, que no es lo
que queremos.
Por tanto, una
vez rotas las reglas del juego democrático, aunque sea en aras de una libertad
natural de un supuesto “pueblo”, lo que sucede es que se ha vuelto al estado de
naturaleza y, en tal estado, el diálogo democrático y racional, no es posible.
En una desobediencia a la Constitución, aun siendo una desobediencia muy
numerosa, NO HAY UN MANDATO DEMOCRÁTICO, sino una masa de individuos en estado
natural en el que no puede darse la democracia, ni la ley, ni la justicia, ni
el derecho, ni, paradójicamente, la libertad civil.
Esta es,
creemos, la explicación filosófica de por qué, sin una vuelta a la normalidad
constitucional, a la legalidad vigente y a la VERDADERA DEMOCRACIA, no puede
haber un diálogo con ningún grupo o colectivo sea este cual sea y reivindique
lo que quiera que reivindique.
Puede que los
exdirigentes secesionistas catalanes consideren que sus actos están avalados
por un mandato democrático, es posible. Pero no es cierto. No los juzguemos con
dureza pues, ya vimos que no es por maldad, sino por ignorancia que así
piensan. A ellos les dedicamos estas reflexiones, por ver si así podemos
reconducir la situación antes de que se deba imponer la fuerza ante individuos
en estado de naturaleza.
En Sevilla a 29
de octubre de 2017.
" ...si un grupo, dentro de esta democracia que es España, no importa lo numeroso que sea (pues no es cuestión de número), decide no respetar las reglas del juego democrático, en ese caso lo que se produce es una VUELTA AL ESTADO NATURAL. Por supuesto que la masa popular echada a la calle actúa con libertad, pero NO CON LIBERTAD CIVIL, sino con LIBERTAD NATURAL. Y la libertad natural es el origen de la GUERRA, precisamente de la imposición de unas tesis sobre otras por el puro ejercicio de la fuerza."
ResponderEliminarExcelente, Manuel.
Gracias.
EliminarGracias!!
ResponderEliminarPero qué bien enseñas! Me tengo que juntar más contigo para seguir aprendiendo. Comparto. Gracias Manuel.
ResponderEliminarGracias por el piropo, Cristina. Un abrazo
EliminarLo siento Cristina, te he respondido desde una cuenta de gmail que uso para otras cosas. Un abrazo
EliminarMuchas gracias por compartir este ejercicio de lucidez en tiempos en que esta cualidad escasea tanto entre nuestros líderes políticos.
ResponderEliminarPerdona, soy Manuel, te respondí desde otra cuenta.
EliminarGracias a ti por leerme. Un abrazo
ResponderEliminarEstupenda reflexión. En efecto, la libertad civil sólo puede conservarse en el Estado de derecho. Yo, sin embargo, revisaría ese optimismo antropológico, ese buenísmo socrático, y cristiano de "perdónalos porque no saben lo que hacen", primero, porque hay una ignorancia culpable y 2° porque somos tan libres que podemos hacer el mal a sabiendas. Corruptio optimi pessima.
ResponderEliminarGracias José. En realidad mi optimismo está defendido con la boca chica.
EliminarNo lo pensaba así Benito Espinosa, el decía que el hombre no debe renunciar a todo su derecho natural. También es obvio que no es lo mismo Sevillano que Catalán, ni Democracia que Monarquía.
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