viernes, 29 de enero de 2016

HERRAMIENTAS PARA FILOSOFAR


1.      ABANDONAR LA OPINIÓN (DOXA) PARA ALCANZAR EL CONOCIMIENTO (EPISTEME)

A un filósofo no le interesa la opinión de nadie. Eso de que “cada uno tiene su opinión” es cierto, pero a un filósofo no le interesan las opiniones de los demás… ¡ni la suya propia tampoco! No os asustéis. No es que los filósofos no quieran escuchar lo que piensan los demás, sino que lo que no quieren es aceptar sin más meras opiniones en el sentido griego de DOXA.
Es que debemos diferenciar lo que son meras opiniones (doxa) de lo que son conocimientos fundados (EPISTEME).
Las opiniones son pensamientos e ideas que tenemos sin haberlas fundamentado científica ni racionalmente, sino que las hemos aceptado de forma irreflexiva. Son las creencias que nuestra sociedad nos ha inculcado, lo que oímos en la televisión, lo que nos cuentan los amigos o incluso los padres, pero que nunca nos hemos parado a reflexionar ni a demostrar racionalmente. Por eso hay casi tantas opiniones sobre los más diversos temas como personas o culturas existen. Cada cual puede tener su opinión sobre el aborto, sobre la guerra, sobre cómo habría que acabar con la crisis económica o sobre qué jugador debe ser elegido para la selección nacional de fútbol. Pero las opiniones no tienen validez filosófica ninguna precisamente porque no han sido justificadas y fundamentadas racionalmente.
Por otra parte, los seres humanos también tienen conocimientos, que son ideas y pensamientos también, pero que han sido demostrados con experimentos, con deducciones lógicas o con pruebas de cierta índole científica.
Por ejemplo, cuando un enfermo siente dolor de pecho, puede que su pareja o sus amigos le digan que probablemente tendrá un infarto. Eso no serían más que opiniones porque esas personas no pueden justificar por qué creen ellos tal cosa. Sin embargo, si ese enfermo va al médico y este, tras hacerle unas pruebas, cree que el enfermo ha sufrido un infarto, aunque coincida con sus familiares, lo que él ha hecho no es dar su “opinión”, sino establecer una verdad científica. El médico tiene conocimientos de medicina, los que no son médicos sólo tienen opiniones sobre medicina. Y así sucede con todas las ramas del saber humano.
La filosofía, por tanto, aspira a alcanzar conocimientos y no tiene el más mínimo interés en las opiniones. Por eso lo que intenta un filósofo es abandonar todas las opiniones, ¡incluso las opiniones propias!, para sustituirlas por conocimientos.

2.      ABRIRSE A LA ALTERIDAD PARA EMPEZAR A DUDAR
Pero para dudar incluso de las opiniones propias, cuando uno de verdad cree tener razón en lo que opina, es necesario contrastar, cotejar dichas opiniones con las opiniones de los demás.
En latín “alter” significa “otro”, de ahí que “alteridad” signifique “lo otro”, “lo ajeno a mí”. El verdadero filósofo debería abrirse a los demás, a los otros, a las opiniones ajenas para comprobar que lo que él creía que era una verdad absoluta (sus propias opiniones) no es más que una forma –entre  otras muchas que existen– de ver el mundo.
El que nunca se abre a otras formas de ver el mundo, el que nunca sale de su propio entorno, de su propia ciudad, de su propia religión, de su propia opinión política, etc. es lo que se denomina un “cateto”, un “paleto”. Lo contrario de “cateto” es una “persona de mundo”, una persona que conoce mil y una formas de vivir, de pensar, de rezar. Las personas así, las que han visto mundo, suelen ser más comprensivas con los demás, más tolerantes, más abiertas.
El filósofo debe, pues, abrirse a los demás para así darse cuenta de que sus opiniones no son la verdad absoluta y, así, abandonar dichas opiniones y adentrarse en la aventura de encontrar conocimientos verdaderos que las sustituyan.

3.      EVITAR EL RELATIVISMO Y EL DOGMATISMO BUSCANDO LA VERDAD
Cuando uno busca la verdad puede caer en dos posiciones extremas: el relativismo y el dogmatismo. Son posturas contrarias entre sí, pero ambas deben ser evitadas en lo posible.
El relativismo considera que nunca podrá alcanzarse un verdadero conocimiento, un conocimiento en el que los seres humanos estén de acuerdo, un conocimiento objetivo. Como cada cual tiene su punto de vista, como la realidad está constantemente cambiando, es imposible alcanzar ninguna verdad absoluta. Por tanto, todo es relativo, y la opinión de las personas son tan verdaderas como los conocimientos de los sabios.
Lo contrario es el dogmatismo, la postura que defiende que la única verdad es la que yo poseo y que los demás están equivocados. Cuando uno no escucha las opiniones de los demás porque cree que la suya es la única válida y lo hace de forma irracional y acrítica, entonces se dice que esa persona es dogmática.
Pues bien, ambos extremos son enemigos de la filosofía. Si fuésemos relativistas radicales nunca intentaríamos alcanzar ningún conocimiento pues pensaríamos que es imposible. Si fuésemos tan dogmáticos que creyésemos tener ya la verdad absoluta en nuestro poder, tampoco intentaríamos dudar de ella para ver si estamos o no equivocados. Ambas posturas, relativismo y dogmatismo, son enemigas del pensamiento filosófico.
El filósofo debe ser consciente de que los demás pueden tener parte de verdad en sus opiniones aunque estas estén en contra de las nuestras, aceptando que no poseemos una verdad absoluta, pero también debe ser crítico con aquellas opiniones que no estén fundamentadas. Debemos buscar la verdad sabiendo que, aunque creamos haberla encontrado alguna vez, siempre puede ser revisada y criticada por los demás y, por ello, corregida y perfeccionada con el tiempo.

4.      RECONOCER UN DISCURSO RACIONAL
Antes hemos dicho que el filósofo debe abandonar las opiniones para sustituirlas por conocimientos racionales, científicos. ¿Pero cómo sabemos cuándo un discurso es racional y cuándo no lo es? Es fundamental para un filósofo saber diferenciar lo racional de lo irracional.
Podemos simplificar la respuesta diciendo que un discurso es racional cuando cumple los principios de la razón. ¿Y cuáles son estos? La ciencia que estudia la forma correcta de razonar es la LÓGICA (que estudiaremos en el bloque II) y esta tiene muchas reglas y principios. Pero todos ellos pueden reducirse a unos principios básicos del razonamiento:
·                     El principio de Identidad: Ej. “Una cosa es la que es”
·                     El principio de No Contradicción: Ej. “Una cosa no puede, al mismo tiempo y respecto al mismo tema, ser y no ser”
·                     El principio de Tercio Excluso o Tercero Excluido: Ej. “Por la mañana, cuando te levantas, o llueve o no llueve”
·                     El principio de Causalidad: Ej. “Cuando te pinchan, te duele”
El discurso que no respete alguno de estos principios puede decirse sin temor a dudas que es un discurso irracional.
Ya veremos más adelante cuántas formas hay de equivocarse y de pensar irracionalmente creyendo, sin embargo, que estamos razonando bien. Son las llamadas falacias del pensamiento. Un filósofo debe evitar las falacias siempre.

5.      EVITAR LOS SOBRENTENDIDOS
El lenguaje es parecido a un iceberg, constituido por una parte visible (las frases que pronunciamos para entrar en comunicación con los otros) y de una inmensa parte sumergida bajo lo que se dice y que es invisible (todo lo implícito, los sobrentendidos y otros presupuestos escondidos en nuestros discursos). Pues bien, esa parte invisible, aunque no aparece claramente, está cargada de sentido e influye mucho en el significado de lo que queremos decir.
Nuestras afirmaciones están cargadas de ideas que no explicitamos pero sobre las que basamos nuestra argumentación, de prejuicios que hemos heredado de nuestra educación, de nuestras familias y de nuestras sociedades. Decimos cosas cuyo significado va más allá de lo que parece a primera vista.
El filósofo debe ser capaz de reconocer, no sólo lo que las palabras significan en esa primera vista, sino de lo que implican, de los sentidos que conllevan y que muchas veces quedan ocultos a los ojos de los demás. Debemos aprender a captar en profundidad lo que un discurso quiere comunicar.


6.      RECHAZAR LAS EXPRESIONES SIN SENTIDO
Aunque la parte sumergida y oculta del lenguaje sea grande, no por ello debemos descuidar la parte visible del mismo. El filósofo debe tomarse el lenguaje en su totalidad en serio.
Muchas veces hay discursos que tienen apariencia de filosóficos o de científicos porque usan un lenguaje propio de la filosofía o de la ciencia. Sin embargo, cuando se analizan dichos discursos nos percatamos de que no tienen un sentido coherente, sino que son el resultado de mezclar aleatoriamente conceptos e ideas de forma irreflexiva o sin sentido. Es como encadenar frases de otros autores, ideas filosóficas y expresiones varias sin saber con claridad qué se está diciendo, o qué significan tales afirmaciones.
Es, pues, tarea del filósofo distinguir qué es un discurso verdaderamente filosófico y qué es mera palabrería vana y sin sentido.
Al mismo tiempo, no debemos dejarnos impresionar por aquellos que usan un lenguaje muy altisonante porque a veces, bajo la apariencia de tanta elocuencia, no hay ningún pensamiento interesante o personal.

7.      SER CAPAZ DE ANALIZAR LAS PARTES ESENCIALES DE UN TEXTO
Ya hemos visto que la filosofía está muy relacionada con el lenguaje, con saber distinguir lo que tiene sentido de lo que no, de saber apreciar los significados ocultos de las palabras, etc. Y el lenguaje, cuando se encadenan expresiones, forma un discurso. Pues bien, el discurso escrito, el texto, suele ser el vehículo principal a través del cual el filósofo estudia, medita y piensa.
Para poder acceder al pensamiento de los demás es fundamental que sepamos analizar un texto lo que equivale a decir analizar el pensamiento de un autor. Ante un texto debemos estar en condiciones de saber detectar, al menos, lo siguiente:
·                     El tema: Por ej. si es un texto metafísico, lógico o ético.
·                     La tesis principal: (qué defiende el texto) Por ej. si está a favor o en contra del aborto.
·                     Las fases de argumentación: qué razones ofrece y en qué orden para apoyar su tesis.

8.      DISTINGUIR UN PROBLEMA FILOSÓFICO DE OTRO QUE NO LO ES
Aunque la filosofía duda de todos nuestros prejuicios y de todas las opiniones, ello no significa que la filosofía se ocupe de todo. No todos los problemas que tienen los seres humanos, como sabemos, son filosóficos. Hay problemas matemáticos, problemas psicológicos, problemas físicos… y problemas filosóficos.
¿En qué consisten los problemas filosóficos?
Los problemas filosóficos no se plantean con la intención de satisfacer nuestros deseos, no tratan de proporcionarnos más agua o más dinero. Tampoco suelen tratar de las preocupaciones cotidianas de las personas como por ejemplo resolver mis dudas sobre si ver una película u otra, o si ir de vacaciones al mar o a la montaña.
Los problemas filosóficos tratan de asuntos de carácter más general y universal, intentando encontrar el sentido último de las cosas. Suele surgir por un conflicto entre dos proposiciones incompatibles que parecen verdaderas al mismo tiempo pero que se oponen de tal forma que la verdad de una implica necesariamente la falsedad de la otra. En definitiva, mientras que en un problema concreto lo que está en juego es la satisfacción de un deseo obstaculizado por un objeto real, lo que está en juego con los problemas filosóficos no es nada menos que la búsqueda de la verdad.
Plantear un problema filosófico es, generalmente, poner en evidencia una contradicción.
9.      MANTENER UN ORDEN EN EL DISCURSO
Al saber analizar un discurso (texto), también deberíamos saber construir nosotros nuestro propio discurso. Y para construir un discurso es fundamental, no sólo saber qué queremos defender y en qué basaremos nuestros argumentos, sino saber organizar tales argumentos para que tengan fuerza y coherencia transmitiendo con la mayor claridad posible nuestro pensamiento a los demás.
Un discurso filosófico no intenta defender una postura contra viento y marea, sino que pretende ser objetivo y justo incluso cuando aquello a donde nos lleva no sea lo que en un principio a nosotros nos gustaría más. Debemos ser objetivos incluso cuando la verdad no esté de nuestro lado.
Pues bien, para poder elaborar un discurso filosófico serio es necesario seguir al pie de la letra lo que nos recomiendan las siguientes herramientas:
·                     Conocer los errores (y aciertos) del pasado
·                     Argumentar si caer en falacias
·                     Dominar la deducción y la inducción
·                     Pensar por uno mismo (además de conocer a los grandes pensadores de la historia).

10.  CONOCER LOS ERRORES DEL PASADO
Para no caer en los mismos errores del pasado y no creer que hemos descubierto cosas que fueron dichas hace ya muchos años o siglos, es fundamental conocer el pensamiento de aquellos que filosofaron antes que nosotros. De ahí que para filosofar sea fundamental previamente conocer la historia de la filosofía, las teorías de los grandes pensadores y leer mucho.

11.  ARGUMENTAR BIEN SIN CAER EN FALACIAS8
Además, cuando consideremos que tenemos un pensamiento que debemos fundamentar y demostrar, es fundamental que nuestra argumentación no caiga en las temidas falacias. Como dijimos más arriba, una falacia es una argumentación que, aunque parece correcta, en realidad no lo es. Sería recomendable ir un momento a la unidad 3 apartado 1, dedicado a las falacias.

12.  DOMINAR LOS MÉTODOS DEDUCTIVO E INDUCTIVO
Para alcanzar una conclusión a partir de un razonamiento previo se utilizan los denominados “métodos científicos”. Los métodos científicos son formas de razonar que nos ayudan a sacar conclusiones lógicas y que evitan que extraigamos conclusiones erróneas. Es como el método de la suma, por ejemplo, que nos ayuda a resolver problemas matemáticos.
Pues bien, los dos métodos más generales de la ciencia son el método deductivo y el método inductivo. Ambos serán estudiados más adelante.

13.  INVOCAR A LOS GRANDES PENSADORES NO EXIME DE PENSAR
Por último, y no por ello menos importante, el filósofo que quiera hacer filosofía de verdad, aparte de conocer el pensamiento de los grandes autores filosóficos del pasado y del presente, debe pensar por sí mismo.
Si sólo nos limitásemos a conocer lo que los demás han pensado, seríamos unos eruditos, unos estudiosos pero no seríamos pensadores. Ser filósofo es pensar por uno mismo, someter al propio juicio las afirmaciones de los demás, y sacar nuestras propias conclusiones.

Así volvemos al principio; un filósofo no debe aceptar sin más lo que digan los demás, las opiniones o prejuicios ajenos (ni siquiera lo que digan los grandes filósofos) sino que debe someter todos sus pensamientos a la estricta vigilancia de su propia razón.