miércoles, 21 de julio de 2021

 OPOSICIONES DE SECUNDARIA: ¿OPACIDAD O JUSTICIA?

Manuel Calvo Jiménez. Presidente de Tribunal nº1 de Filosofía 2021.

 


Últimamente se están escribiendo ciertos artículos muy críticos con el procedimiento selectivo de profesores de Enseñanza Secundaria. Principalmente se le acusa de falta de transparencia y, como si de una consecuencia inmediata se tratase, de injusticia o inequidad. Sin embargo, aceptando lo primero no puedo aceptar como consecuencia lo segundo. La falta de transparencia es algo indiscutible, pero eso sólo significa que desde fuera no puede verse lo que ocurre dentro, no que lo que allí ocurra sea algo injusto o falto de objetividad y honestidad. Yo he sido presidente de la Comisión de Selección de Filosofía en dos convocatorias y este año soy presidente de uno de los tribunales. Puedo asegurar que el procedimiento, siendo manifiestamente mejorable en transparencia o en funcionamiento, es un procedimiento limpio, objetivo, honesto y, dentro de lo humanamente posible, justo. Sirva mi testimonio como un inicio en la transparencia del mismo y miren dentro de él. La Comisión de Selección es quien realiza la prueba práctica y coordina todos los tribunales. Ello implica que yo personalmente (y solamente yo) elaboré en dos ocasiones la prueba práctica de las oposiciones. Debo decir que no conozco a nadie en Consejería ni en la Delegación Territorial, que soy un profesor doctor en Filosofía de un centro público, funcionario de carrera desde hace 25 años y que no pertenezco a partido político alguno, ni a sindicato. Fui nombrado por una de esas casualidades de la vida en la que alguien pregunta por un filósofo en quien se pueda confiar y sale mi nombre. Nadie, jamás, ni directa ni indirectamente me sugirió qué tipo de prueba debía realizar. Nadie, jamás, ni directa ni indirectamente me indicó el nivel de dificultad o las directrices sobre quién debía o no aprobar las oposiciones. Yo busqué los textos filosóficos de los que se compone la prueba escrita, yo realicé bajo mi criterio las plantillas de corrección que envié a los presidentes de mis tribunales a quienes, por cierto, no conocía de nada y a quienes tampoco di directriz alguna más allá de las estrictamente académicas. Ahora, como presidente de un tribunal concreto, puedo asegurar a quien lea esta carta que tampoco me han dado directriz alguna de qué nivel de exigencia o modo de actuación debía llevar mi tribunal (salvo, claro está, los criterios de corrección propios de cada prueba que permiten una homogeneidad entre tribunales, como son las plantillas de corrección o los criterios de evaluación). Y esto ha sucedido tanto con la Administración anterior como con la actual, de signo político claramente distinto. De modo que, esas teorías que creen que hay un plan organizado para que los tribunales aprueben a este o aquel colectivo con prioridad sobre los demás, son completamente infundadas y manifiestamente erróneas.

La limpieza, honestidad y objetividad del procedimiento selectivo, además, queda salvaguardada por elementos más fáciles de contrastar que mi propio testimonio. Aparte de los presidentes (que somos voluntarios), el resto del tribunal está compuesto por cuatro miembros elegidos por sorteo. Estos miembros no se conocen de nada, son profesionales, funcionarios de carrera, licenciados o graduados en la materia que van a evaluar, con experiencia docente… Cada examen se corrige por quintuplicado, con cinco calificaciones de cinco personas distintas y capaces. Esas notas, si son muy dispares (más de 3 puntos de diferencia), se anulan y queda una media bastante equilibrada y ajustada al nivel real del examen. No he visto jamás, ni ha llegado a mis oídos, un intento de manipulación, tergiversación o deshonestidad en ningún miembro de un tribunal. La corrección de la primera prueba es anónima, con unos códigos de barra que hacen imposible conocer al aspirante mientras se corrige su examen. No puede saberse si es hombre o mujer, joven o maduro, interino o de acceso libre, si tiene méritos docentes o no… Este es, pues, un proceso, si no transparente, sí completamente objetivo y honesto y, en lo posible, justo.

Luego está el tema de si somos o no, nosotros los profesores de secundaria, los más adecuados para evaluar a los futuros profesores. Creo, honestamente, que sí. Somos licenciados y doctores, con experiencia docente, que conocemos, no sólo los contenidos de nuestra materia (como también lo conocen profesores y catedráticos de universidad), sino también la realidad de las aulas y del alumnado de un instituto. No se me ocurre, sinceramente, quién sería más indicado para esta labor, ni quién sería el que decidiría quiénes debían ser tales “evaluadores”. Como en la aristocracia platónica, ¿quién decide quiénes son los sabios?

En tercer lugar, el asunto de si este sistema es o no el más adecuado para seleccionar a los futuros profesores. Se aduce que el mero conocimiento teórico no es garantía de ser un buen profesor ni de saber transmitir dichos conocimientos. Y quien así argumenta tiene razón. No obstante, no es menos cierto que quien no posee dichos conocimientos no puede transmitirlos. Para comunicar algo hay que poseerlo y dominarlo previamente. Por tanto, una prueba de conocimientos es esencial y condición sine qua non de la capacidad docente aunque, claro, no es la condición única ni mucho menos. El sistema es mejorable, evidentemente. Un sorteo de temas donde la suerte es más importante que el estudio ni siquiera garantiza la posesión de los conocimientos necesarios, pero de momento no tenemos otra forma. Sin embargo, se equivocan (si no es que directamente hacen demagogia) quienes afirman que la parte práctica o la segunda prueba (la clásica “encerrona” o “examen oral”) son fuegos de artificio como el músico que, en vez de tocar su instrumento, explica de forma meramente teórica cómo lo haría. Nada más lejos de la realidad. En las oposiciones la parte práctica va muy encaminada al trabajo del docente en el aula. Los profesores de matemáticas hacen problemas matemáticos, los de filosofía hacemos comentarios de textos y problemas lógicos y los de cocina cocinan platos de verdad en cocinas de verdad. Por su puesto, los de música, tocan su instrumento. Y la encerrona, es cierto, no es una clase real con alumnos reales, pero sí es una exposición oral donde el o la aspirante demuestra sus dotes de comunicación oral, muestra si sabe dirigirse al auditorio, si usa la pizarra, si pone ejemplos y si añade una pizca de pasión en lo que nos cuenta a quienes los oímos. Es una prueba donde se puede ver con bastante cercanía a la realidad cómo actuaría alguien en un aula real. Pero, claro, no es infalible.

Por último ya, muchos se quejan de la dificultad de las oposiciones. Y también tienen razón. Las oposiciones son, y deben ser, difíciles. Se trata de seleccionar, en lo humanamente posible (repito), a los mejores para que sean quienes den clases a nuestros hijos. Queremos una educación pública de calidad y, sin embargo, cuando se ponen los medios para que el criterio de selección garantice esa calidad, nos quejamos de que es muy difícil acceder. No es coherente. Pero además no es verdad. Cada vez es más fácil aprobar las oposiciones. Cuando yo las hice (hace 25 años ya, ¡qué barbaridad!) había que hacer una prueba práctica eliminatoria. Pese a haber estudiado uno o dos años los 71 temas que aún hoy se exigen, podías no pasar al teórico si no aprobabas el práctico. Hoy se hacen ambos juntos y se hace media incluso sacando un 2,5 en uno de ellos. Eso no es algo muy difícil de conseguir ¿no? Además, se elige un tema de entre cinco (antes sólo salían 2 bolas). Y si apruebas, la encerrona ya no es exponer un tema del temario (repito, 71 temas) sino de entre 12 unidades didácticas que previamente el opositor ha elegido voluntariamente y elaborado en su casa. ¡Y puede llevar un guion por si no se acuerda de algo!

En fin, es una carta muy larga ya. Creo que he dejado clara la honestidad y objetividad del procedimiento y de quienes lo integramos. Y creo que, siendo un proceso “selectivo” que debe ser difícil, no lo es tanto ya. Es asequible pero, claro, hay que estudiar y estar preparado, y eso ya no gusta tanto a muchos.