domingo, 23 de octubre de 2011

EL FIN DE LA DEMOCRACIA DÉBIL (Escrito en 2006)


Ortega escribió: “pensar es, quiérase o no, exagerar. Quien prefiera no exagerar tiene que callarse; más aún: tiene que paralizar su intelecto y ver la manera de idiotizarse.”1 Y es que el pensamiento viene a ser como un potente microscopio que exagera lo real para poder así diseccionarlo con precisión; aunque, tras el acto de pensar, podamos y debamos volver a las dimensiones macroscópicas en las que nuestra vida cotidiana se desenvuelve.

Si miramos a nuestra sociedad a través de la lente que nos brinda Ortega en su obra La rebelión de las masas podremos certificar que, pese a pequeñeces despreciables, sus vaticinios (forzosamente exagerados, pues son fruto de un verdadero pensamiento) se cumplen con estremecedora precisión: las masas se han rebelado y han establecido su imperio.

Con no pocos esfuerzos, y tras muchos cientos, miles de años de total ausencia de libertad política y social, en un privilegiado rincón del mundo, Occidente, se están imponiendo con firmeza las democracias, el poder del pueblo. Los ideales ilustrados de igualdad, fraternidad y, sobre todo, de libertad se están llevando a la práctica con relativo éxito. Nunca como ahora en la historia los seres humanos habían tenido tantas y tan importantes posibilidades de llevar una vida gozosa, libre, plena feliz. Sin embargo, no es menos cierto que también es ahora cuando menos se aprecian los logros obtenidos por nuestros predecesores y cuando más peligro hay de que lo conseguido pueda perderse para siempre. “No quiero decir con lo dicho, -escribía Ortega-, que la vida humana sea hoy mejor que en otros tiempos. No he hablado de la cualidad de la vida presente, sino sólo de su crecimiento, de su avance cuantitativo o potencial”2.

Analizando la democracia española en sus albores, Ortega detecta en ella la existencia de una “cepa” de infección peligrosa que puede acabar por corromperla: la “ignorancia inconsciente3. Es cierto que en todas las épocas los pueblos han vivido cargados de ignorancia, pero la ignorancia de las democracias actuales lleva aparejada una nota esencial que la hace ser mucho más peligrosa y mucho más ignorancia que nunca: la inconsciencia. Antes el ignorante sabía de su propia ignorancia y se avergonzaba de ella reconociendo la dignidad superior del docto (una superioridad, por supuesto intelectual, no ontológica). Pero la ignorancia actual (tanto en la actualidad de principios del siglo XX como en la de principios del XXI) es tan profunda que aquel que la padece no se sabe como tal, sino que se ve a sí mismo como docto. “Nadie hay ni puede haber más docto que yo”, piensa el ignorante.

Ortega creía que lo que él veía en la sociedad de su época era el definitivo efecto perverso de esa ignorancia en la democracia en donde triunfaba la homogeneidad del pueblo descrita como la “muchedumbre-masa” por contraposición a la “minoría excelente”. En una sociedad tal la democracia pasa a ser “híper-democracia” en la cual “el alma vulgar, -dice Ortega- sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho a la vulgaridad y la impone dondequiera”4. Ortega veía surgir al “hombre-masa” por todas partes de tal modo que llega a decir que “si dejamos a un lado -...- todos los grupos que significan supervivencias del pasado -...- no se hallará entre todos los que representan la época actual uno sólo cuya actitud ante la vida no se reduzca a creer que tiene todos los derechos y ninguna obligación”5.

El hombre-masa, satisfecho de sí, no acepta la existencia de ninguna instancia exterior a sí mismo, superior a él, a la que referir su moral o su conocimiento. No acepta la existencia de nada superior o mejor que su propia voluntad o su libre capricho, ni nada preferible a su propia opinión, apetito o impulso. El hombre-masa es el niño mimado que cree merecerlo todo porque todo le ha sido regalado desde el principio sin necesidad de hacer el más mínimo esfuerzo.

Y he aquí donde Ortega llega al meollo de la cuestión y da en la clave de la peligrosidad de las democracias modernas: el hombre-masa, ignorante inconsciente, cree que el estado democrático en el que vive es algo natural a lo que tiene derecho sin colaborar en nada para su mantenimiento. “Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar, y, al mismo tiempo, son insolidarias de las causas de ese bienestar. Como no ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que sólo con grandes esfuerzos y cautelas se pueden sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos”6.

Pese a todo, el análisis que Ortega hace de la sociedad, aun llegando al núcleo mismo del problema, se nos queda algo corto para la comprensión de la democracia actual. Y esto fundamentalmente porque, como el propio Ortega indica, él dejó de lado esos grupos que significaban supervivencias del pasado (cristianos, idealistas, viejos liberales, etc.), grupos que, por cierto, abundaban a principios del siglo XX. Por ello aún quedaban numerosos reductos de hombres pertenecientes a la minoría excelente y la masa no se había extendido en la medida en que lo ha hecho y lo sigue haciendo hoy día. En la actualidad, el inmenso desarrollo tecnológico y de los medios de comunicación, como imparable viento huracanado, ha soplado sobre las ascuas de la muchedumbre-masa elevando la ignorancia inconsciente a dimensiones colosales. Se podría decir que la muchedumbre-masa es hoy día un fenómeno de carácter universal. Y, tal y como podría haberse previsto, ciertas minorías interesadas aprovechan la situación para conducir a los pueblos a donde sus propios intereses particulares les indican. Allá donde suena el cencerro del poderoso van las muchedumbres inconscientes pensando, paradójicamente, que hacen lo que su voluntad les marca. Podríamos decir que vivimos en democracias de papel, democracias ficticias en las que el pueblo ignorante cree decidir según su propia voluntad sin saber que su voluntad no les pertenece pues ha sido preconfigurada desde el exterior. Son, pues, democracias débiles.

La democracia, como sabemos, es la dirección de la sociedad por parte del pueblo; pero cuando el pueblo es ignorante e irreflexivo, cuando carece de voluntad propia o de criterios de discernimiento, entonces la democracia pierde fortaleza, se debilita dejándose manejar fácilmente por unos pocos sin saber (ni querer) oponerse. El pueblo debilitado es fácilmente convencible, sometible, dominable, adulable,... y decide lo que queramos que decida. De modo que la democracia débil no es sino un sistema totalitario con aspecto democrático (un aspecto puramente externo y formal).

De hecho, en realidad quizá nunca haya existido una verdadera democracia, una democracia fuerte. La clave probablemente haya que buscarla en la Antigua Grecia y en uno de los maestros de la filosofía: Platón. Recordemos que Platón se quejaba de que el sistema democrático era contrario a la razón puesto que, igual que el alma humana, la sociedad debe ser gobernada por la parte más racional de la misma, esto es, por la “minoría excelente”: los sabios. ¿Cómo va el pueblo ignorante –pensaba Platón- a dirigir con justicia y verdad los destinos de la sociedad si no sabe qué es lo justo ni cuál es la verdad? Su pensamiento puede sonar, como el de Ortega, a un elitismo intolerable para una mente realmente democrática. Quizá. Pero si ninguno de nosotros pone su salud en manos de inexpertos, sino que buscamos a los mejores especialistas y, ni tan siquiera, dejamos que cualquiera repare nuestro coche, sino que buscamos a un buen mecánico, ¿cómo podemos defender que aquello de lo que en el fondo dependen nuestras posesiones y nuestra propia vida y felicidad, esto es, la política, quede en manos de ineptos e ignorantes? No señores, no es fácil rebatir a Platón.

Sin embargo, son sonados los fracasos de Platón por instaurar su aristocracia (supuestamente perfecta) mientras triunfaba la democracia ateniense. Pero Platón seguía criticando a la democracia, probablemente no por ser democrática, sino por su esencial debilidad. Y la debilidad de esas democracias Antiguas provenía, entre otros posibles motivos, de la filosofía sobre la que se sustentaba: la sofística. Dejando a un lado los grupos que significaban supervivencia del pasado (como el propio Platón), la corriente de pensamiento que impregnaba la vida política de aquellas polis democráticas no era otro que el relativismo sofístico que, grosso modo, venía a defender los principios que sustentan hoy día a las híper-democracias: no hay verdades, ni instancias exteriores a las que referir la moral o la ley, nadie es más que nadie... y la homogeneización se impone ante la excelencia.

¿Pero eran aquellas democracias verdaderas, o eran simples democracias débiles? Los avezados políticos profesionales se vanagloriaban de ser capaces de convencer a un auditorio (compuesto por unos ciudadanos en general mal instruidos) de una cosa y, acto seguido, convencerlos de lo contrario. Un pueblo así, fácilmente adulable y manejable sin límites ¿es el verdadero conductor de su destino o está en manos de unos pocos que se aprovechan de su ignorancia?

Platón supo verlo, pero no pudo evitarlo. Y la máscara democrática con la que se cubrían los poderosos se desprendió de las sociedades occidentales durante siglos, sin que en el fondo cambiara nada esencialmente.

Hoy han vuelto las democracias, las democracias débiles; los poderosos, aduladores y sofistas, han reconstruido la máscara de la libertad apoyados en una nueva filosofía débil: la filosofía posmoderna. Y tras ella, la oquedad de un pueblo ignorante que ríe tontamente creyendo dominar su destino y desconociendo su desconocimiento.

La Filosofía Posmoderna en la actualidad ha jugado y juega un papel similar al de la Sofística en la Antigüedad. Ha renunciado a la posibilidad de los fundamentos, ha renunciado a la posibilidad de la verdad, y, con ello, ha situado a todo saber en el mismo nivel. De modo que, ahora más que nunca, nadie es más que nadie, ni sabe más que nadie.

Con este pensamiento débil (así llamado por los propios autores posmodernos y de donde nosotros hemos tomado el adjetivo para calificar a la democracia que sobre él se sustenta) creían ilusamente (y quizá, no lo niego, bienintencionadamente) los posmodernos que estaban eliminando la posibilidad del totalitarismo y sentando las bases de una verdadera democracia. Pero esto no ha sido así. Si no hay opiniones mejores ni peores, pensaban, si todo es relativo, si no hay metarrelatos fundamentadores de la verdad, entonces ya nadie estará en disposición de arrogarse la posesión de la verdad, de la justicia y del bien dogmáticamente y, por consiguiente, nadie estará en disposición de imponernos sus creencias eliminando nuestra libertad. Con lo cual, concluían, no hay otra forma de vivir en libertad que admitiendo que todos tenemos la misma cantidad de razón en nuestros juicios, que nadie posee más verdad que nadie, y que todo vale. Pero se equivocaron. Platón lo vio, Ortega lo vio, y nosotros, gracias a ellos, lo empezamos a ver también.

Ortega lo describía perfectamente de una forma parecida a como lo que sigue: la muchedumbre-masa, satisfecha de sí, piensa que su opinión, su capricho o su deseo son absolutamente respetables y nada hay ni puede haber superior a ellos. Por tanto, ¿a qué esforzarse por mejorarlos? ¿Acaso existe algo que sea mejor a cualquier otra cosa? Por ello la masa no mejora, no se ennoblece porque no se esfuerza, y permanece en la vulgaridad de una vida que se deja llevar a base de inercia7.Un pueblo así no acepta vivir bajo la premisa del diálogo, sino que únicamente puede, sabe y quiere resolver sus problemas con la violencia como única razón esgrimible.

Por tanto, si el pensamiento débil de los posmodernos pretendía diálogo, democracia y libertad, lo que ha conseguido es justo lo contrario: cerrazón, silencio (un silencio referido a la ausencia de diálogo, no precisamente a la ausencia de ruido) y violencia (violencia doméstica, violencia escolar, violencia político-verbal, violencia internacional ...). Y es que para dialogar hay que poseer razones, ideas, argumentos de los que la masa carece y a los que el pensamiento débil ha condenado a desaparecer por el momento. “Tener una idea es creer que se poseen las razones de ella, y es, por lo tanto, creer que existe una razón , un orbe de verdades inteligibles. Ideas, opinar, es una misma cosa con apelar a tal instancia, supeditarse a ella, aceptar su código y su sentencia, creer, por lo tanto, que la forma superior de convivencia es el diálogo en que se discuten las razones de nuestras ideas”8.

Parece, pues, que si queremos de verdad alcanzar una democracia real, una democracia fuerte debemos recuperar la confianza en el pensamiento, en el razonamiento, en definitiva, en la posibilidad de alcanzar verdades de un modo lógico, sin violencia. Debemos recuperar el pensamiento en sentido fuerte superando las tesis posmodernas. Pero no para creernos en posesión de verdades absolutas e imponerlas a una mayoría que sigue siendo masa, aborregada y acrítica. La base real y última de la democracia, de la verdadera democracia es el pueblo, un pueblo capaz de dirigir su propio destino, un pueblo difícilmente adulable, difícilmente convencible, difícilmente domesticable; esto es, lo que es un verdadero pueblo frente a la muchedumbre-masa. Y la única forma conocida para convertir a la masa en pueblo no es otra que la EDUCACIÓN.

En conclusión, si queremos convertir la debilidad en fortaleza, la ilusión en realidad, si queremos rellenar la máscara democrática de autenticidad, la sociedad debe afrontar de forma inminente dos tareas fundamentales:

- Desde una perspectiva filosófica: superar el relativismo posmoderno y recuperar una versión fuerte pero no dogmática del pensamiento.

- Desde una perspectiva social: reformar la educación para que el pueblo aprenda a pensar por sí mismo y a ser verdaderamente libre.

Con ello conseguiríamos, al mismo tiempo, superar a Platón y a Ortega corrigiéndoles en algo también esencial para la democracia: que no gobiernen las minorías excelentes, sino que consigamos que sea la mayoría la que alcance la excelencia, o sea, que la masa se convierta en pueblo.

Ahora sólo nos quedaría una pregunta: ¿va la educación actual dirigida a conseguir un objetivo verdaderamente democrático? ¿No estaremos, más bien, convirtiendo al pueblo en masa?

sábado, 22 de octubre de 2011

INVITACIÓN A MESA REDONDA SOBRE EDUCACIÓN


Os invito a todos los lectores de este blog a asistir a la mesa redonda del próximo miércoles 26 de octubre sobre "POLÍTICA Y EDUCACIÓN" y en la que participo como representante de las ideas de UPyD. Un abrazo.

sábado, 8 de octubre de 2011

CAUSAS DEL FRACASO ESCOLAR


Causas del fracaso escolar, Ricardo Moreno Castillo
(Extracto del libro “Acerca de la Educación en España”.  Fundación Progreso y Democracia 2010.)

Para aclarar cuáles son las causas de nuestro fracaso escolar, empezaré diciendo cuales no son las causas. Las causas no están en los cambios sociales, ni en que la sociedad sea ahora más compleja, ni en la presencia de emigrantes. Es cierto que ahora existen familias separadas, pero si ahora están los problemas procedentes del divorcio, antes estaban los rocedentes de la ausencia de divorcio. También es cierto que ahora hay inmigrantes
en nuestras aulas, pero atribuir a esto el deterioro de nuestra educación es, además de una villanía, una manera como otra cualquiera de fomentar la xenofobia. Un inmigrante no es por sí mismo más o menos gamberro que un español. Es más, muchos estudiantes, procedentes de países con una escuela más tradicional (porque al ser países pobres, no tenían dinero para invertir en experimentos educativos delirantes) se escandalizan del poco respeto que los alumnos españoles tienen a sus profesores. Muchos chicos sudamericanos llegan sabiendo dos cosas que ignoran la mayoría de de nuestros estudiantes: a pedir las cosas por favor, y la tabla de multiplicar. Lamentablemente, lo primero se les olvida enseguida, porque nada es tan contagioso como la grosería y los malos modales.

Explicar el fracaso de la famosa reforma educativa atribuyéndola a factores circunstanciales, y no a la propia perversidad del sistema, es el pasatiempo favorito de los forjadores de dicha reforma, porque de este modo encubren su propio fracaso. Pero quienes así argumentan olvidan dos cosas muy esenciales.

La primera, que existen institutos en los barrios y en los centros de las ciudades, institutos con emigrantes e institutos sin ellos, institutos rurales e institutos en pequeñas villas marineras. Por mucho que haya mejorado España en general, y esto nadie lo duda, el medio en el que están situados los centros de enseñanza pueden ser distintos, pero en todos ellos el nivel de conocimientos de los alumnos y el de convivencia bajó estrepitosamente en cuanto se implantó la reforma. Cuando una misma reforma provoca efectos tan desastrosos en circunstancias sociales
tan variadas, es razonable pensar que la culpa es de la reforma, y no de las circunstancias sociales.

La segunda, que la reforma no se implantó a la vez en todas partes, sino que durante varios años estuvieron coexistiendo ambos sistemas. Y ya empezaron a sonar las primeras alarmas, porque se empezaron a ver las primeras diferencias entre los alumnos que habían estudiado en institutos donde se mantenía el viejo sistema y los que lo habían hecho en aquellos que habían implantado el nuevo, claramente favorable a los primeros. Y esta diferencia se podía constatar entre centros próximos entre sí, por lo cual las diferencias que pudiera haber entre los alumnos según su procedencia social eran irrelevantes.

Pero esta manera de argumentar por parte de los responsables de la LOGSE, la de atribuir el naufragio educativo de nuestro país a causas circunstanciales y no a un sistema disparatada, no sólo es equivocada, también es producto, en muchos casos, de mala fe. Y la prueba de ello está en que una gran parte de los que pregonan las excelencias de nuestra escuela pública envían a sus propios hijos a colegios privados. No sería discreto dar nombres, tan sólo os invito a mirar a vuestro alrededor y a averiguar dónde estudian los hijos de amigos y conocidos que son entusiastas de nuestro sistema educativo. Entonces, digan lo que digan los mentores de la reforma, ésta no ha fracasado por culpa de los cambios en la sociedad, puesto que estos cambios han sido para bien, sino porque la reforma fue un disparate. Y un disparate que se podía haber evitado, no invirtiendo más dinero, sino invirtiendo más sentido común. Y sobre todo, escuchando más a los profesores, que son los únicos expertos en educación.

La causa de fracaso escolar está, sencillamente, en que nuestro sistema es malo, y es
malo por las siguientes razones:

Primero: No protege el derecho a estudiar. Se considera que la educación es un derecho, pero su conculcación no es considerada delito. Si unos alumnos boicotean una clase, violando el derecho de sus compañeros a recibir una enseñanza digna, los boicoteadores están más protegidos por la ley que los perjudicados. Si pisotear el derecho a la educación no está castigado, ese pretendido derecho es papel mojado. Ni el derecho a aprender de los chicos, ni el de los profesores a no sufrir el acoso de los más gamberros está legalmente protegido. No existe pues en España el derecho a la educación.

Segundo: No existe propiamente educación obligatoria. No es obligatorio estudiar (se puede pasar de un curso a otro con ocho asignaturas suspensas), ni respetar a los compañeros y profesores, ni acatar unas normas que sí son obligatorias en cualquier lugar público. Si un alumno le suelta una grosería a un profesor, no es obligatorio pedir perdón. Es un sistema de enseñanza obligatoria que no obliga.

Tercero: Nuestro sistema educativo confunde estar escolarizado con estar encerrado. Un estudiante que llega a 1º de bachillerato sin saber la tabla de multiplicar o haciendo faltas de ortografía, no ha estado escolarizado, aunque haya acabado la ESO. Simplemente, ha estado encerrado entre cuatro paredes. Si un estudiante no puede aprender porque está siendo molestado o agredido por otro, no está recibiendo una buena educación, está encerrado entre cuatro paredes. Encerrar a los chicos en un lugar al que solo metafóricamente podemos llamar centro educativo resuelve el problema de que no estén en la calle, pero eso no es escolarizar.

Cuarto: No se deja a un estudiante decidir sobre su futuro, pero sí decidir sobre el de sus compañeros. Se mantiene una educación obligatoria hasta los dieciséis con el pretexto de que antes nadie está en condiciones para decidir su futuro. Pero si a partir de los doce años un niño quiere aprender un oficio para entrar cualificado en el mercado laboral y no se le deja, no solo no va a estudiar, sino que también alborotará y no dejará estudiar a los demás, malogrando el futuro de quienes sí quieren estudiar. Entonces, por impedir que decida sobre su futuro, se le deja decidir sobre el los demás.

Quinto: Otro de los males de nuestra educación está en la proliferación de unos autodenominados “expertos” que, utilizando una jerga pretendidamente científica, no dicen
más que patochadas. Y es un disparate elevar a categoría de ciencia lo que no es ciencia porque el buen enseñar es una cuestión de simple sentido común), porque cuando algo que es de sentido común se quiere convertir en ciencia, se transforma en una jerga que bloquea el sentido común. Y las jergas vacías son muy peligrosas. Así como el lenguaje cambia la realidad (y eso lo saben muy bien los políticos), el lenguaje vacío vacía la realidad. Y así se ha vaciado la educación.

Sexto: Un prejuicio muy en boga consiste en sostener que no hay que ser autoritario, hay que dialogar con el niño. Como consecuencia de esto, el profesor ha sido desprovisto de toda autoridad, y las posibilidades de controlar la clase son mínimas. Y se admite que el profesor es quien manda en el aula, o todo discurso sobre calidad de la enseñanza es vacío. Además, despojando al profesor de su autoridad los alumnos no son más libres: por el contrario, los más matones de la clase amedrentan a los demás, y quienes quieren aprender lo tienen más difícil que nunca porque quienes no quieren no les dejan escuchar. Hoy, cuando se habla de la posibilidad de convertir a los docentes en autoridad, salen algunos diciendo que la autoridad hay que ganársela. Pero quienes así dicen están hablando de cosas distintas. Un juez, para ejercer su función, necesita estar dotado de una autoridad que le permita mantener el orden en la sala de audiencias y sancionar las malas conductas que durante el juicio se puedan producir. Si no fuera así, su labor
sería inviable. Ahora bien, es cierto que la autoridad moral de un juez se la tiene que ganar él, con la serenidad de sus actuaciones, la imparcialidad de sus juicios y la ecuanimidad de sus sentencias. Una cosa es la autoridad o el prestigio moral que pueda uno adquirir a lo largo de su vida por su buen hacer profesional (y es cierto que eso se lo tiene que ganar cada cual), y muy otra cosa la autoridad que se pueda necesitar para el ejercicio cotidiano de su profesión (y esa sí debe estar reconocida por una ley). La polémica de si la autoridad del profesor debe ser avalada por una ley o si debe ganársela por sí mismo es una falsa polémica, porque en ella se está utilizando la palabra autoridad con dos significados distintos.

Ahora bien, a veces estoy tentado a pensar que muchos de quienes plantean esta polémica saben que es una falsa polémica, que confunden adrede los dos significados de la palabra autoridad, para así no tener que admitir algo que atenta contra la corrección política y contra la propia imagen, siempre tan gratificante, de profesor vanguardista y novedoso, pero que es algo de sentido común: que para que una escuela funcione, el profesor ha de mandar y los alumnos han de obedecer. A los profesores que tengan reparos en ser autoritarios hay que recordarles que cuando abdican de su autoridad, el resultado no es una alegre y fraternal convivencia pacífica entre los alumnos, sino el abuso de los más fuertes. Los más viejos del lugar, los que todavía tuvimos que hacer el servicio militar, recordaréis un dicho que circulaba por los cuarteles: cuando los oficiales hacen dejación de sus funciones, los sargentos tiranizan a la tropa. También hay que recordarles que si los alumnos no encuentran autoridad donde deben encontrarla, la buscan en donde no deben. Hay chicos desnortados, educados sin pautas ni reglas, que acaban
integrándose en las tribus urbanas buscando, precisamente, alguien a quien obedecer, unas normas que seguir. Hay otro dicho, también muy repetido, pero rigurosamente falso, que afirma que al niño lo educa toda la tribu. Es falso porque nuestra sociedad es familiar, no tribal, y al niño lo han de educar en primer lugar los padres, en segundo los profesores, y si unos y otros tienen escrúpulos en ejercer la autoridad, entonces es cuando el niño busca, inevitablemente, el apoyo de la tribu.

viernes, 7 de octubre de 2011

LA LEY DEL DOBLE 5 (NINGÚN VOTO ES INÚTIL)


NINGÚN VOTO ES INÚTIL O LA “LEY DEL DOBLE 5”



Ante la cercanía de las próximas elecciones nacionales, y viendo que el bipartidismo parece condenado a consolidarse, me siento en la obligación de romper una lanza por esos partidos pequeños en tamaño y grandes en ilusión que suelen ser olvidados por la mayoría de los ciudadanos. “Votar a los pequeños es tirar el voto”, suele oírse por todas partes. Pues bien, eso no es del todo así.


Los ciudadanos deben saber que, pese a que nuestra ley electoral es injusta en casi todos los sentidos, existe una grieta por la que algunos partidos minoritarios pueden acceder a la vida pública con pleno derecho. Y esa grieta se llama “el doble 5”. A saber, cuando un partido político consigue 5 escaños en el Parlamento y, además, es capaz de reunir en toda España el 5% de los votos, dicho partido obtiene un Grupo Parlamentario Propio con los beneficios que ello conlleva.


Muchas veces sucede que un partido es bastante votado en una provincia pero no consigue el número suficiente de votos como para obtener un escaño en el Parlamento. Los votantes entonces piensan que esos votos, que no han conseguido el objetivo deseado, han sido vanos, que han tirado su voto y que podían haberlo invertido en otro partido con más posibilidades. Es cierto que eso es lo que sucede cuando se vota a partidos tan pequeños y con tan pocas posibilidades de obtener escaños que casi nunca llegan a nada. Pero cuando esos votos se dirigen a partidos con un mínimo de solvencia, cuando votamos a partidos que sí tienen posibilidades de obtener esos 5 escaños, aun cuando no obtenga ningún parlametario en la provincia en la que votamos, nuestro voto no es inútil porque se sumará al resto de votos de todas las demás provincias para ver si dicho partido obtiene grupo parlamentario independiente o si va a quedarse como uno más dentro del famoso “Grupo Mixto”.


En esta situación suelen estar los partidos nacionales de tamaño medio como UPyD y algunos otros, que suelen tener sus votos muy repartidos por el territorio nacional y que muchas veces obtienen, por culpa de la perversa ley electoral que beneficia a los partidos grandes y a los nacionalistas, menos escaños que otras formaciones con menos votos (léase PNV o CiU). Los nacionalistas suelen tener más diputados porque concentran sus votos en unas pocas provincias mientras que los partidos nacionales tienen más votos pero dispersos por todas las provincias españolas. Por eso los nacionalismos mandan y otras formaciones más votadas pero con menos escaños como UPyD se quedan con una mínima representación.


Pues bien, ya está bien que España esté en manos del bipartidismo y controlada por pequeños nacionalismos sectarios que no miran por el bien común. España necesita partidos diferentes de los que hay los cuales han demostrado no ser capaces de cambiar de verdad la situación política y económica que nos está hundiendo. Los españoles deben saber que votar a partidos que no sean PP y PSOE no es tirar el voto porque su voto siempre se contabilizará en favor de aquel a quien vote para ayudarle a tener un grupo parlamentario propio.


Ningún voto es inútil, votar a los minoritarios no es tirar el voto. Recuerden la ley del doble 5: 5 parlamentarios y 5% de los votos de todo el territorio nacional. Su voto puede cambiar las cosas. Vote a quien le parezca, pero vote.


Manuel Calvo Jiménez.

domingo, 2 de octubre de 2011

LAS RECETAS ANTICRISIS DE ROSA DÍEZ.

(De la página: http://www.upyd.es/contenidos/noticias/137/67073-LAS_RECETAS_ANTICRISIS_DE_ROSA_DIEZ)


"Si somos clave para formar gobierno, sólo apoyaremos a quien devuelva las competencias educativas al Estado y cambie la injusta ley electoral", afirmó Díez 29 de Septiembre de 2011

El pasado martes 27 de septiembre, Rosa Díez, dirigente de UPyD y candidata a la presidencia del Gobierno, celebró el primer acto de precampaña en Sevilla donde acompañó al también candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía (Martín de la Herrán) y al cabeza de lista por Sevilla para el Congreso de los Diputados (Manuel López Ogayar).

En el acto, Rosa Díez desgranó las recetas que su partido aplicará en caso de que los ciudadanos le den su confianza el próximo 20 de Noviembre.

En primer lugar, destacó la necesidad que tiene España de candidatos tan formados, independientes y de contrastada valía personal como lo son De la Herrán y López Ogayar.

Además, hizo un listado de medidas absolutamente necesarias para abordar con seriedad la salida de la crisis que nos está azotando. “Rajoy sólo aspira a gestionar la crisis –afirmó- pero no va a atacar los problemas desde la raíz”. Según Rosa Díez, PP y PSOE no van a cambiar nada porque sus respectivas formaciones políticas se ven beneficiadas por el statu quo existente. Pero precisamente esta situación es la que nos ha llevado a donde estamos y es lo que UPyD quiere cambiar desde la base. UPyD en la persona de Rosa Díez viene denunciando desde hace cuatro años la necesidad de sanear las Cajas de Ahorros, de mejorar la educación (materia prima fundamental para la prosperidad de un país), entre otras cosas y nunca ha sido apoyada por los parlamentarios. “PP y PSOE están de acuerdo en todo lo fundamental. Pero si antes eran necesarios los cambios que UPyD proponía, ahora lo son más aún, y más urgentes”, dijo.

UPyD propondrá que se agrupen muchos de los ayuntamientos que existen ahora y que tienen muy pocos habitantes. “Tenemos una organización municipal que viene de las Cortes de Cádiz que ya es hora de revisar porque, además, no podemos permitírnoslo”. No se trata de eliminar pueblos, sino de simplificar la Administración de los mismos y ahorrar muchos millones de euros anuales.

Rosa Díez considera que es esencial la recuperación por parte del Estado de las competencias en Educación y Sanidad. “Sólo con la centralización de la compra de vacunas de la gripe, el año pasado se ahorraron 2,2 millones de euros. Imaginen cuánto se ahorraría si se unificara toda la gestión sanitaria”.

Otras medidas que UPyD propondría serían la unificación del mercado (“Es más difícil montar una empresa en España que llevársela a EEUU”), la unificación de la fiscalidad, la racionalización de la gestión de las Comunidades Autónomas, la eliminación de las Diputaciones, o el saneamiento y despolitización de las Cajas de Ahorros. Medidas todas ellas que disminuirían drásticamente el despilfarro y acelerarían la creación de empleo y la salida pronta de la crisis económica.

Concluyó Díez diciendo que “debemos tener derecho a equivocarnos al votar, pero también es cierto que debemos intentar acertar con nuestro voto”. Que no nos tomen por tontos.

Manuel Calvo Jiménez.

UPyD Sevilla. 29 de septiembre de 2011

Rosa Díez en un acto público con Martín de la Herrán y Manuel López Ogayar