OPOSICIONES DE SECUNDARIA: ¿OPACIDAD O JUSTICIA?
Manuel Calvo Jiménez. Presidente de Tribunal nº1 de
Filosofía 2021.
Últimamente se están escribiendo ciertos artículos
muy críticos con el procedimiento selectivo de profesores de Enseñanza Secundaria.
Principalmente se le acusa de falta de transparencia y, como si de una
consecuencia inmediata se tratase, de injusticia o inequidad. Sin embargo,
aceptando lo primero no puedo aceptar como consecuencia lo segundo. La falta de
transparencia es algo indiscutible, pero eso sólo significa que desde fuera no
puede verse lo que ocurre dentro, no que lo que allí ocurra sea algo injusto o
falto de objetividad y honestidad. Yo he sido presidente de la Comisión de
Selección de Filosofía en dos convocatorias y este año soy presidente de uno de
los tribunales. Puedo asegurar que el procedimiento, siendo manifiestamente
mejorable en transparencia o en funcionamiento, es un procedimiento limpio,
objetivo, honesto y, dentro de lo humanamente posible, justo. Sirva mi testimonio
como un inicio en la transparencia del mismo y miren dentro de él. La Comisión
de Selección es quien realiza la prueba práctica y coordina todos los
tribunales. Ello implica que yo personalmente (y solamente yo) elaboré en dos
ocasiones la prueba práctica de las oposiciones. Debo decir que no conozco a
nadie en Consejería ni en la Delegación Territorial, que soy un profesor doctor
en Filosofía de un centro público, funcionario de carrera desde hace 25 años y
que no pertenezco a partido político alguno, ni a sindicato. Fui nombrado por
una de esas casualidades de la vida en la que alguien pregunta por un filósofo
en quien se pueda confiar y sale mi nombre. Nadie, jamás, ni directa ni
indirectamente me sugirió qué tipo de prueba debía realizar. Nadie, jamás, ni
directa ni indirectamente me indicó el nivel de dificultad o las directrices
sobre quién debía o no aprobar las oposiciones. Yo busqué los textos
filosóficos de los que se compone la prueba escrita, yo realicé bajo mi
criterio las plantillas de corrección que envié a los presidentes de mis
tribunales a quienes, por cierto, no conocía de nada y a quienes tampoco di
directriz alguna más allá de las estrictamente académicas. Ahora, como
presidente de un tribunal concreto, puedo asegurar a quien lea esta carta que
tampoco me han dado directriz alguna de qué nivel de exigencia o modo de
actuación debía llevar mi tribunal (salvo, claro está, los criterios de
corrección propios de cada prueba que permiten una homogeneidad entre
tribunales, como son las plantillas de corrección o los criterios de
evaluación). Y esto ha sucedido tanto con la Administración anterior como con
la actual, de signo político claramente distinto. De modo que, esas teorías que
creen que hay un plan organizado para que los tribunales aprueben a este o
aquel colectivo con prioridad sobre los demás, son completamente infundadas y
manifiestamente erróneas.
La limpieza, honestidad y objetividad del
procedimiento selectivo, además, queda salvaguardada por elementos más fáciles
de contrastar que mi propio testimonio. Aparte de los presidentes (que somos
voluntarios), el resto del tribunal está compuesto por cuatro miembros elegidos
por sorteo. Estos miembros no se conocen de nada, son profesionales,
funcionarios de carrera, licenciados o graduados en la materia que van a
evaluar, con experiencia docente… Cada examen se corrige por quintuplicado, con
cinco calificaciones de cinco personas distintas y capaces. Esas notas, si son
muy dispares (más de 3 puntos de diferencia), se anulan y queda una media
bastante equilibrada y ajustada al nivel real del examen. No he visto jamás, ni
ha llegado a mis oídos, un intento de manipulación, tergiversación o
deshonestidad en ningún miembro de un tribunal. La corrección de la primera
prueba es anónima, con unos códigos de barra que hacen imposible conocer al
aspirante mientras se corrige su examen. No puede saberse si es hombre o mujer,
joven o maduro, interino o de acceso libre, si tiene méritos docentes o no…
Este es, pues, un proceso, si no transparente, sí completamente objetivo y
honesto y, en lo posible, justo.
Luego está el tema de si somos o no, nosotros los
profesores de secundaria, los más adecuados para evaluar a los futuros
profesores. Creo, honestamente, que sí. Somos licenciados y doctores, con experiencia
docente, que conocemos, no sólo los contenidos de nuestra materia (como también
lo conocen profesores y catedráticos de universidad), sino también la realidad
de las aulas y del alumnado de un instituto. No se me ocurre, sinceramente,
quién sería más indicado para esta labor, ni quién sería el que decidiría
quiénes debían ser tales “evaluadores”. Como en la aristocracia platónica,
¿quién decide quiénes son los sabios?
En tercer lugar, el asunto de si este sistema es o
no el más adecuado para seleccionar a los futuros profesores. Se aduce que el
mero conocimiento teórico no es garantía de ser un buen profesor ni de saber
transmitir dichos conocimientos. Y quien así argumenta tiene razón. No
obstante, no es menos cierto que quien no posee dichos conocimientos no puede
transmitirlos. Para comunicar algo hay que poseerlo y dominarlo previamente.
Por tanto, una prueba de conocimientos es esencial y condición sine qua non de la capacidad docente
aunque, claro, no es la condición única ni mucho menos. El sistema es
mejorable, evidentemente. Un sorteo de temas donde la suerte es más importante
que el estudio ni siquiera garantiza la posesión de los conocimientos
necesarios, pero de momento no tenemos otra forma. Sin embargo, se equivocan
(si no es que directamente hacen demagogia) quienes afirman que la parte
práctica o la segunda prueba (la clásica “encerrona” o “examen oral”) son
fuegos de artificio como el músico que, en vez de tocar su instrumento, explica
de forma meramente teórica cómo lo haría. Nada más lejos de la realidad. En las
oposiciones la parte práctica va muy encaminada al trabajo del docente en el
aula. Los profesores de matemáticas hacen problemas matemáticos, los de
filosofía hacemos comentarios de textos y problemas lógicos y los de cocina cocinan
platos de verdad en cocinas de verdad. Por su puesto, los de música, tocan su
instrumento. Y la encerrona, es cierto, no es una clase real con alumnos
reales, pero sí es una exposición oral donde el o la aspirante demuestra sus
dotes de comunicación oral, muestra si sabe dirigirse al auditorio, si usa la
pizarra, si pone ejemplos y si añade una pizca de pasión en lo que nos cuenta a
quienes los oímos. Es una prueba donde se puede ver con bastante cercanía a la
realidad cómo actuaría alguien en un aula real. Pero, claro, no es infalible.
Por último ya, muchos se quejan de la dificultad
de las oposiciones. Y también tienen razón. Las oposiciones son, y deben ser,
difíciles. Se trata de seleccionar, en lo humanamente posible (repito), a los
mejores para que sean quienes den clases a nuestros hijos. Queremos una
educación pública de calidad y, sin embargo, cuando se ponen los medios para
que el criterio de selección garantice esa calidad, nos quejamos de que es muy
difícil acceder. No es coherente. Pero además no es verdad. Cada vez es más
fácil aprobar las oposiciones. Cuando yo las hice (hace 25 años ya, ¡qué
barbaridad!) había que hacer una prueba práctica eliminatoria. Pese a haber
estudiado uno o dos años los 71 temas que aún hoy se exigen, podías no pasar al
teórico si no aprobabas el práctico. Hoy se hacen ambos juntos y se hace media
incluso sacando un 2,5 en uno de ellos. Eso no es algo muy difícil de conseguir
¿no? Además, se elige un tema de entre cinco (antes sólo salían 2 bolas). Y si
apruebas, la encerrona ya no es exponer un tema del temario (repito, 71 temas)
sino de entre 12 unidades didácticas que previamente el opositor ha elegido
voluntariamente y elaborado en su casa. ¡Y puede llevar un guion por si no se
acuerda de algo!
En fin, es una carta muy larga ya. Creo que he
dejado clara la honestidad y objetividad del procedimiento y de quienes lo
integramos. Y creo que, siendo un proceso “selectivo” que debe ser difícil, no
lo es tanto ya. Es asequible pero, claro, hay que estudiar y estar preparado, y
eso ya no gusta tanto a muchos.
Muchas gracias por publicarlo en tu blog. Me permite leerlo entero y difundirlo como merece. Más que conforme con todo lo que expones solo me queda felicitarte por el esfuerzo de pensar bajo la corrección que impone una realidad que se quiere tener presente en toda su medida.
ResponderEliminarEn respuesta voy a referir casos concretos, que he vivido y sufrido. Año 2002, últimas oposiciones de la especialidad de Fabricación e instalación de carpintería y mueble en Asturias (desde entonces sigo primero en lista de interinos); a la salida del teórico, un compañero ya jubilado, me confiesa que no había preparado nada de ninguno de los temas sorteados; había escrito 10 minutos y salido, como todos pudimos ver. Aprobó ese examen y sacó plaza. Ya tenía una nota muy alta en el práctico, pese a que se nos dijo que el tiempo de realización sería muy tenido en cuenta y él empleó las cuatro horas. En mi caso, el mismo ejercicio en tres horas y ejecución impecable, me sirvió para un aprobado y suspendí el teórico, con una media de 4,95 en total. Dos años antes, los alumnos de mi tutoría habían denunciado por escrito por grave dejación de funciones a un miembro del tribunal, siendo yo testigo firmante del acta que recogía las acusaciones. Era su año de prácticas y el presidente del tribunal las tutelaba. Por supuesto, aprobó.
ResponderEliminarEste año me presenté por Soldadura, especialidad a la que cambié hace años tras sufrir acoso laboral en varias ocasiones. El práctico exigía un nivel propio de un soldador y calderero con muchos años de oficio y se jugó mucho con los tiempos de ejecución, algo que excede notablemente el nivel necesario para la práctica docente. Se hizo criba con él. Con una nota muy alta en el teórico, fui eliminado con un no25%, cuando con poco tiempo más hubiese podido realizarlo.
Tengo 55 años, desde el 96 soy docente. Nunca he sentido valorados mi bagaje ni dedicación. La administración ha podido desarrollar mecanismos para hacerlo día a día. Ahora, con la vista ya afectada, se pretende que compita con jóvenes en igualdad de condiciones. Mi capacidad y experiencia docentes no se consideran.
Por supuesto, además de todo esto, está el argumento del abuso de temporalidad y las muchas plazas estructurales que nunca se ofertaron, incumpliendo la legislación europea.
Mi experiencia como opositor, y documentado correspondientemente, es que el único requisito para ser tribunal de unas oposiciones docentes reside en ser miembro activo del partido gobernante, elegir a dedo los opositores que pasarán a ser funcionarios, pues cada documento debe ir firmado con nombre, apellidos y DNI, que son también afines al partido. De este modo se salta por la puerta de atrás la libertad de cátedra y se lleva el adoctrinamiento a las aulas. Por otro lado son varios los miembros del tribunal así que permítame dudar de su artículo o de su capacidad como tribunal al no ser capaz de actuar de forma consensuada. Un saludo.
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