viernes, 20 de enero de 2012

MISTERIO E INMORTALIDAD (Introducción)



MISTERIO E INMORTALIDAD
(O cómo la Filosofía podría sustituir a las religiones -en algunos casos-)
Manuel Calvo Jiménez
Sevilla,enero de 2012








EL MISTERIO DEL SER
¿Por qué eres?
¿Por qué eres tú?
¿Y por qué me amas?
Caigo sin agarraderas donde asirme,
y caigo, y caigo sin fin
en tus brazos.
¿Por qué me amas?
¿Por qué te amo yo tanto?
Y tú me respondes con el silencio
de tus besos,
con el roce de tus manos
sobre mi cuerpo grávido.
Como una sombra en medio de la noche;
como una ráfaga de viento
en el huracán fiero;
como un reflejo tímido en medio
del cegador desierto…
así yo soy
casi nada en medio de Todo.
¿Por qué yo? ¿Por qué tú?
Sellas mis labios
con tus labios quedos.
Silencio.

(Para la cena de despedida del curso 2010-2011 del grupo de AAFi Sevilla)
Manuel Calvo. Sevilla, junio de 2011

Un instante antes de que hubiese humanidad el “individuo” antropomórfico estaba sentado sobre la máxima de las seguridades. La realidad era algo firme, inamovible, pétreo, constante. La seguridad de las leyes de la naturaleza y el instinto ciego lo eran todo para una mente que podría decirse que estaba apagada. Era la felicidad del paraíso donde nuestros ancestros no sufrían ni morían precisamente porque desconocían del todo su propia existencia.
El problema surgió cuando algún afortunado-desdichado comió de la manzana evolutiva del conocimiento. La luz de la autoconsciencia se encendió y, al tiempo, desapareció el suelo de debajo de los pies. Antes todo encajaba, todo tenía su porqué, su explicación en tanto que no había nadie que hiciese preguntas. Ahora, la felicidad máxima de sentirse vivo, la verdadera vida autoconsciente se ve acompañada por la ineludible y paradójica muerte que todo lo trunca. Nacer es aparecer a la luz de la existencia para, en ese mismo instante, rodar hacia el oscuro abismo de la muerte. Y en el camino queremos asirnos a cualquier cosa que nos frene un poco, que retrase lo inevitable.
Pero lo que antes era fácil, ahora es complicado; no entendemos el mundo, la naturaleza; no conocemos los porqués ahora que nos urgen las respuestas porque han aparecido las preguntas. El suelo está cada vez más lejos de nuestros pies. Siempre lo había estado, de hecho, pero ahora lo sabemos y aparece la angustia existencial. Ante la ausencia de explicaciones atribuimos alma a todos los fenómenos naturales, tratamos de explicar todo lo misterioso atribuyendo al orden natural un “logos” oculto aunque incomprensible para nosotros. El misterio lo envuelve todo; el hermano árbol, la hermana pantera, la sagrada montaña... esconden los secretos que al ser humano se le escapan. Era el denominado “animismo”. No obstante, la digestión de la manzana evolutiva aún no había terminado.
Durante milenios, cientos de milenios más bien, habíamos percibido algo grandioso en toda la realidad, un enorme misterio profundo tras cada cosa, en cada ser vivo, en el oscuro cielo estrellado y en las nubes tormentosas. Había algo, no sé qué, aun dentro de nosotros mismos. Y nos fuimos acercando poco a poco al misterio, pero cuando nuestros dedos estaban a punto de tocarlo, desaparecía la magia y aparecía la dura realidad. El uso constante de la razón, el tesón en la búsqueda de respuestas ante el asombro y “maravillamiento” que nos producía lo real, fue disipando dudas, aclarando enigmas que, por arte de ciencia, se iban convirtiendo en tosca y chata materialidad. La filosofía (que en sus orígenes incluía a todo tipo de ciencia) fue desmenuzando la realidad con su logos o, quizá, fue encontrando el logos intrínseco preexistente de lo real, y, con ello, el propio asombro ante lo misterioso fue asombrándonos menos cada vez. Pero todas las explicaciones juntas no pudieron (ni pueden todavía) con el Misterio con mayúsculas: a saber, el porqué de la existencia y el qué tras la muerte. Más aún, es el enfrentamiento con la muerte el que nos permite apreciar el valor de la existencia y asombrarnos ante ella.
Habíamos ido construyendo un considerable suelo científico sobre el que apoyarnos, sí; pero nos ocurre lo mismo que al niño aprendiz de brahman. Este le preguntó al maestro cuando trataba de explicarle que el mundo se apoyaba sobre un elefante, que sobre qué se apoyaba ese elefante y el maestro no supo qué contestar (otras versiones cuentan que el maestro contestó que el elefante se apoyaba sobre una tortuga de fortísimas patas). Del mismo modo, el aún aprendiz humano se preguntó sobre qué está apoyado nuestro suelo científico. Y la respuesta sigue siendo un misterio. “Todo se apoya en Dios”, responden algunas religiones monoteístas occidentales. Y el misterio sigue quedando sin resolver en cuanto no sabemos qué es Dios ni si tal Dios es en modo alguno. Y, de hecho, seguimos presintiendo algo mágico, maravilloso, asombroso en la realidad que nos rodea. Seguimos teniendo esa experiencia de lo “sagrado” que no nos abandona ni cuando somos descreídos de las religiones convencionales. La ciencia ha seguido escarbando, los últimos restos de manzana paradisíaca hacen aún efecto en nuestras conciencias. Y Stephen Hawking, por ejemplo, ha sustituido a Dios por la ciencia, o por el big-bang. Pero ¿sobre qué se apoya su “elefante”? ¿Cuál es el último (primer) porqué y qué habrá tras la muerte?
Hay un hueco; el suelo sigue estando sobre un abismo; el “Gran Elefante” (Dios) ha sido sustituido por una “Gran Tortuga” científica que no tiene donde apoyarse. Y toda la realidad y nosotros con ella caemos y caemos abismo abajo sin tener la mínima perspectiva de tocar fondo.
Quizá, la propia caída libre, el propio caer sin fin podría ser la solución al enigma. Una solución que se basa en el propio enigma, sin deshacer su magia, para esclarecer los últimos interrogantes.
Teniendo presente una especie de “teoría filosófica de la relatividad” podemos percatarnos de que (siguiendo con la analogía del suelo), si todo cae, si la totalidad de lo existente cae sin otro sistema de referencia con respecto al cual podamos constatar que todo cae, entonces en realidad nada cae. El propio hecho de estar cayendo sería relativo al sistema de referencia con respecto al cual caemos. Por tanto, en la medida en que no hay tal sistema de referencia, podemos aceptar que todo está como está sin más, inmóvil. El hecho mismo de que la realidad sea un abismo (Abgrund), esto es, que no tenga un porqué anterior a ella misma, el hecho mismo del misterio de la existencia deja de ser un problema para ser una solución. La pregunta heideggeriana de “¿por qué es el ente en general y no más bien la nada?” deja de ser ahora un interrogante y pasa a ser una afirmación. El misterio es la solución al misterio. Lo sagrado se materializa, sí, pero no para dejar de ser sagrado y pasar a ser chata y roma materialidad, sino para ser materia poderosa y “mágica”.
Veremos cómo es esto posible.
Por un lado, tenemos el miedo a la muerte y el deseo de inmortalidad.
Por otro lado, la “intuición” pre-racional de un gran misterio, de una faceta maravillosa de la realidad oculta tras lo inmediato-material.
Nuestra teoría defiende que ambas cosas pueden ser combinadas racionalmente para ofrecernos una cierta perspectiva esperanzadora que haga innecesario el recurso a la religión como asidero existencial.
En el título de este artículo, no obstante, advertíamos que dicha esperanza filosófica era útil sólo “en algunos casos”, ¿por qué? Porque el ejercicio de la filosofía, el esfuerzo de la abstracción exige una entrega, una preparación y una valentía que no todo el mundo puede ni está dispuesto a dar. Y sin embargo, ellos, como todos los demás, necesitan respuestas a sus interrogantes más íntimos.
La Filosofía no es como la Medicina, sino más bien como el ejercicio físico. Por mucho que un entrenador personal sepa, de nada te servirá su sabiduría si tú mismo no haces los ejercicios que te indique. Estar en forma exige sacrificios y sufrimiento, no hay fórmulas mágicas. Del mismo modo, la Filosofía no le sirve para nada a aquel que no la practica. El maestro de Filosofía sólo puede mostrarte el camino pero cada cual debe seguirlo por sí mismo si se atreve y tiene fuerzas para ello.
La Medicina se asemeja más a la Religión. Sin que el enfermo sepa absolutamente nada de medicina puede servirse de la sabiduría del médico para curarse sin esfuerzo. Pueden tomarse píldoras o someterse a intervenciones en las que el enfermo, muy al contrario de estar activo, suele estar inconsciente. Y aun así, o más bien gracias a lo cual, se cura. Del mismo modo, la Religión nos da esperanza sin esfuerzo alguno por nuestra parte. Sólo nos exige ponernos en sus manos, cerrar los ojos, entrar en la inconsciencia y “curarnos”.
Igual que todos no pueden ser médicos, no todos pueden ser filósofos. La Medicina es necesaria. La Religión, también.
El artículo que me dispongo a escribir es para aquellos que quieren curarse ellos mismos, para los pocos valientes dispuestos a realizar el ejercicio de la razón. Intentaremos situarnos en el principio del camino, mostrarles la senda que nosotros hemos seguido en la indagación sobre el misterio del mundo1 para dejar luego que cada cual explore personalmente los lugares maravillosos a los que conduce.

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