lunes, 19 de septiembre de 2011

YO ACUSO (Un análisis crítico de la situación económica actual)







YO ACUSO
(Un análisis crítico de la situación económica y política actual)

(by Manuel Calvo Jiménez)




Soy consciente de que el título que he elegido para este artículo ha sido ya usado por dos grandes figuras del pensamiento (Émile Zola y Pablo Neruda) para otros tantos artículos en momentos muy críticos de su historia. El primero de ellos para desenmascarar un error judicial auspiciado por el Estado Francés con respecto al conocido caso Dreyfus; el segundo, Neruda, para denunciar la falta de libertades democráticas en Chile en 1948. Pues bien, estando yo muy lejos de la talla intelectual de aquellos hombres, la situación política y económica en la que nos encontramos es tanto o más acuciante como la que ellos denunciaban.
En el caso Dreyfus, el capitán Alfred Dreyfus es acusado y condenado injustamente a cadena perpetua por un crimen de alta traición a Francia del cual era inocente. La injusticia contra un hombre indefenso, ejemplo del mal funcionamiento del sistema judicial o de la desidia de sus responsables, fue motivo suficiente para que Zola arremetiera contra el presidente de la República Francesa en una carta publicada en la prensa en 1898 titulada “J’acuse”. Neruda, por su parte, se hace eco de la ausencia de libertades y la censura institucional de que estaba siendo objeto el Estado Chileno y pronunció un discurso homónimo en el hemiciclo del Senado. Hoy, ante la inminente quiebra del estado del bienestar, cuando las democracias son más frágiles que nunca y están dirigidas por poderes económicos apátridas, cuando la incertidumbre acorrala a millones de familias en Europa, no es menos necesario escribir un “yo acuso” particular.


Yo acuso. Acuso a quienes han permitido que nuestras democracias se debiliten y sean cada vez más formales y menos reales. Acuso a quienes se han vendido al mejor postor y han actuado pensando en el bien propio exclusivamente olvidándose del interés común. Acuso a quienes han puesto la mano mirando hacia otra parte sin querer saber de dónde salían aquellas riquezas. Acuso a pusilánimes incapaces de levantar la voz frente las injusticias que estaban ante sus ojos. Acuso a los quijotescos idealistas que han apostado todo a sueños vanos y han dilapidado nuestras realidades. Y también acuso a los que se han aprovechado de esos soñadores para sacar tajada. Acuso a quienes han usado el dinero de los demás, dilapidando las fortunas ajenas y viviendo vidas que no eran suyas.


No me malinterpreten; esta no es una carta contra los políticos, o no solamente. Tampoco trato de arremeter contra los especuladores, banqueros y grandes empresarios; o no solamente contra ellos. Yo os acuso a todos vosotros que habéis caído en la tentación de tomar dinero que no era vuestro, abusando del Estado, esto es, de los ciudadanos decentes. Yo acuso a todos los que no han sabido o no han querido contribuir a la preservación y la mejora de nuestro estado del bienestar y nuestra democracia aún joven. Yo acuso a quienes pensaban que eran más listos que los demás y han hecho que todo ahora se tambalee también bajo sus pies.


Es cierto que quien tiene más responsabilidad en un hecho, tiene más culpa. Pero no es menos cierto que los que tienen menos responsabilidad también comparten proporcionalmente la culpa de lo sucedido. Hemos creado entre todos un sistema que no se sostiene y, por ello, todos compartimos nuestra parte de responsabilidad en lo que está sucediendo. La crisis económica nos ahoga, el paro crece cada día, las bolsas se hunden y Europa (y Estados Unidos) están al borde del precipicio como el propio ex presidente Felipe González decía en declaraciones recientes.


Es cierto que las grandes fortunas del mundo, banqueros, inversores y entidades difusas que nadie sabe quiénes son están provocando gran parte del terremoto que nos azota. Apátridas, sin una ubicación concreta, como si fuesen entes telúricos materializados en las redes de la información de internet, esas entidades súper poderosas manejan los hilos de las economías de los países. Si nos prestan dinero, podemos vivir; si no nos lo prestan, no podemos. La democracia que creemos tener, la soberanía de nuestro Estado o de Europa, es papel mojado sin los fondos que nos permitan comer, mantener nuestro sistema educativo o curarnos en nuestros hospitales. Sin su dinero no somos nada. A ellos acuso, pues, en primer lugar y con la máxima energía. Algún día se darán cuenta de que un egoísmo personal tan acentuado les dejará a ellos solos en el mundo, y tendrán que comprarse a sí mismos sus propios productos prestándose dinero también a sí mismos, pues serán los únicos que cumplan con los requisitos de confianza ultra exigentes que nos piden a los demás. Caerán en una esquizofrenia económica que no llegaremos a ver porque antes nos habrán liquidado.


Pero ellos, los especuladores, no serían nada si los políticos de nuestros países no hubiesen ideado unos sistemas basados en la deuda, en pedir prestado para vivir por encima de nuestras posibilidades. Ellos han hipotecado nuestras democracias, han alquilado nuestras soberanías nacionales, han puesto la mano sin preocuparse de a qué precio se la estaban jugando. Escudados en el parapeto del estado del bienestar, haciendo ver al pueblo confiado que era por su bien, han gastado sumas ingentes de dinero que no era nuestro en proveernos de lujos que, aunque fabulosos, no nos podíamos permitir. Educación universal, sanidad pública y gratuita, razonables subsidios de desempleo y pensiones dignas, son necesarias e imprescindibles en un sistema que quiera ser equitativo y justo. Pero ordenadores portátiles a cada estudiante, reparto de becas y ayudas sin pedir requisitos o méritos, cirugías de dudosa necesidad, autovías de cinco carriles, alta velocidad por todo el territorio nacional, aeropuertos sin líneas aéreas, universidades vacías en provincias semi-deshabitadas… son lujos que no podíamos permitirnos y que ahora ya no podemos pagar. Acuso, pues, a los políticos de todo signo por habernos metido en la boca del lobo para contentar al pueblo ganándose su voto y pudiendo así continuar en los sillones del poder indefinidamente.


Pero no nos engañemos. A la base de todo estamos nosotros, los ciudadanos, los que, al menos todavía, tenemos la última palabra. Yo también nos acuso. Nos acuso porque hemos querido subirnos al tren de un lujo que creíamos inagotable. Veíamos cómo se hacían las cosas mal pero no nos interesaba ponerle freno mientras nosotros también sacábamos tajada. No sólo desde las altas esferas se ha defraudado a los Estados o se ha presionado a las economías. Nosotros, los ciudadanos de a pie, también hemos contribuido a la debacle cuando no hemos pedido factura para no pagar IVA, cuando hemos trabajado en negro mientras cobrábamos el paro, cuando pedíamos becas que no necesitábamos, cuando usábamos recetas “rojas” (las de los pensionistas) para comprar medicamentos gratis para toda la familia, cuando hemos rechazado trabajos porque estaban lejos de casa, cuando hemos pedido créditos para especular también nosotros con viviendas que parecían que nunca iban a bajar de precio,… mientras algunos “nominados” pagaban impuestos por todos los demás sintiéndose imbéciles. Durante muchos años una parte de la sociedad se jactaba de no pagar, de no contribuir, y miraba con una media sonrisa compasiva al pobre desgraciado que cumplía religiosamente con su obligación contributiva. A todos aquellos también los acuso. Sí, amigo, yo también me acuso, y te acuso.


Sin embargo, no escribiría estas líneas si creyera que todo está perdido. Aún estamos a tiempo. Si los políticos reflexionaran, si dejaran de pensar en los votos y actuaran pensando en el bien común; si el pueblo dejara de votar a quien más le va a dar o a quien menos le va a cobrar y empezara a pensar en el bien de la sociedad (que no es otro que el bien de sus propios hijos); si empezásemos a ser respetuosos con médicos y profesores y les exigiésemos a nuestros hijos que estudiasen de verdad;… si entre todos pusiésemos nuestro granito de arena, sólo entonces, quizá, pudiésemos construir un puente sobre el precipicio que, según González, nos amenaza. Ojalá no sea tarde.

Sevilla, 15 de septiembre de 2011

1 comentario:

  1. me gusta manolo. Uno de los pocos que he leido que culpa también lo no público, y la avaricia de tod@

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